Con la llegada del verano, los días más largos, el sol más intenso y las actividades al aire libre se convierten en parte de la rutina. Sin embargo, esta temporada también representa uno de los momentos del año en que nuestra piel necesita mayor protección y cuidado.
La radiación ultravioleta (UV) aumenta significativamente durante los meses cálidos, y la exposición prolongada sin protección puede generar daños a corto y largo plazo. En el corto plazo, los efectos se notan como enrojecimiento, ardor o quemaduras solares. Pero el verdadero peligro está en el daño acumulativo: el exceso de sol acelera el envejecimiento prematuro, provoca manchas, pérdida de elasticidad y, en los casos más graves, aumenta el riesgo de cáncer de piel.
Protegerse no significa evitar el sol, sino aprender a disfrutarlo de forma segura. Aplicar protector solar con un factor de protección adecuado (SPF 30 o superior) es el paso fundamental. Debe colocarse al menos 20 minutos antes de salir y reaplicarse cada dos horas, especialmente después de nadar o transpirar. También se recomienda usar sombreros, anteojos con filtro UV y ropa liviana pero de mangas largas si se va a estar mucho tiempo al sol.
Además, la hidratación cumple un rol clave. El calor y la exposición solar favorecen la deshidratación, por lo que es fundamental beber suficiente agua y usar cremas humectantes que mantengan la piel flexible y protegida.
Cuidar la piel en verano no es solo una cuestión estética: es una inversión en salud y bienestar a largo plazo. Una rutina sencilla de protección y cuidado diario puede marcar la diferencia entre una piel saludable y una dañada por el sol.